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domingo, 28 de febrero de 2021

Algo perfectamente serio.


                                                                                        Un golpe de ataúd en tierra
                                                                                      es algo perfectamente serio.
                                                                                                        (Antonio Machado)

En una ocasión le preguntaron qué muerte le gustaría vivir. Él respondió: «una en mi cama, en una tarde soleada, con las ventanas abiertas sobre la bahía y una dulce brisa del mar haciendo bailar las cortinas; una lúcida agonía escuchando el segundo movimiento del concierto para piano en Sol mayor de Ravel. Una muerte que sobreviniera justo con la última nota. Firmaría un pacto con Mefistófeles en los términos que él deseara».

El enunciado de la pregunta era el correcto: la muerte se vive, no se muere. Es la vida la que se va muriendo, día a día, paso a paso sin darnos cuenta.

Él era un hombre lleno de vida que iba muriéndola en plenitud, dejando cachitos de ella por todas partes, y en los corazones de todos aquellos a los que conoció. A eso muchos lo llaman vivir; otros, morir. Son puntos de vista.

Sentado en la butaca donde despachó tantas lecturas, frente a aquellos mismos ventanales, imaginó muchas veces con deleite esa muerte ideal, mientras contemplaba el mar y recibía su humedad en la cara, acompañada por el aroma de los pinos y de la retama.

Más tarde razonó que en los momentos finales de la agonía, cuando falta el aliento y la enormidad del momento eclipsa todo lo demás, uno no debe estar en condiciones de gozar de la música ni de ningún otro placer humano, y que acaso, ni siquiera la mano del ser más querido apretando la tuya constituya un consuelo.

Así, decidió que le daba igual cómo morir, y que no merecía la pena vender su alma a nadie.